Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 11 de mayo de 1883
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 107, 2424-2429
Tema: Elecciones municipales verificadas en Madrid, y dimisión de algunas autoridades de la provincia a consecuencia de ellas

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Mi distinguido amigo particular y antiguo compañero político Sr. Montero Ríos tiene, permítame que se lo diga, la desgracia de venir siempre tarde, al Parlamento antes, y hoy a la discusión, porque en realidad S. S. se ha levantado a contestar a una alusión del Sr. Romero Robledo y no ha dicho nada sobre la alusión, pero ha dado a mi discurso una segunda contestación que pudo dar el día en que yo lo pronuncié. Pero al fin, nunca para el bien fue tarde, y a mí me es igual que me la haya dado hoy que el que me la diese el día que hubiera sido más oportuna.

Debo, antes de entrar en el fondo del asunto que ha tocado S. S., hacer observar que nosotros no atacamos desde los bancos de la oposición al partido conservador como Gobierno bajo el punto de vista de la moralidad, ni nosotros procuramos echar la sombra de la sospecha sobre aquellos Ministros del mencionado partido para derribarles apelando a cualquier clase de armas, por innobles que sean; porque al fin y al cabo, si de eso fuéramos reos, reos serían con nosotros todos los que están al lado de S. S., que al lado nuestro estaban entonces haciendo la oposición al partido conservador.

No; no es que nosotros hacíamos la oposición al partido conservador por necesidad urgente de nuestra venida al poder, para purificar la atmósfera; para purificaciones, no; ya dije ayer o anteayer, que no recuerdo, porque va siendo largo este debate, cómo vinimos al gobierno. Y si S. S. quiere saberlo mejor, que yo creo que no debe ignorarlo, aunque por lo visto, S. S. que sabe tantas cosas ignora muchas en la política, al menos en su estado actual, puede preguntárselo a muchos que al lado de S. S. están, y ellos dirán a S. S. cómo hacíamos la oposición al partido conservador, poniendo al frente de las ideas del partido conservador nuestras ideas, enfrente de sus doctrinas nuestras doctrinas, enfrente de sus procedimientos nuestros procedimientos, enfrente de su conducta nuestra conducta; ni más ni menos.

Y en último resultado, Sres. Diputados, si hubiera responsabilidad en la manera con que el partido liberal hizo la oposición al partido conservador, a mí me tocaría una pequeña parte de esa responsabilidad; que al fin y al cabo, yo no era más que uno de los individuos del comité que dirigía la política, la conducta y los procedimientos de aquel partido, de que era dignísimo presidente y jefe el ilustrado Duque de la Torre.

Nos ha aconsejado S. S. que procuremos que los servicios públicos se regularicen con toda moralidad; y ese es nuestro pensamiento, y ese es el pensamiento de todo Gobierno honrado, y a eso aspiramos todos los Gobiernos, y eso vamos consiguiendo poco a poco; que no es cosa de atribuir a los Ministerios vicios que vienen de antiguo, miserias que provienen de nuestras desdichas intestinas y vicios sociales, porque al fin y a la postre los errores y faltas en toda administración existen; los vicios salen a la superficie de toda sociedad, sin que por esto se pueda hacer responsables a los Gobiernos; en todo caso se puede hacer responsables a los Gobierno si no tienen el bastante celo para corregir las primeras y para extirpar los segundos, y hasta ahora no ha dado motivos este Gabinete para necesitar la recomendación de S. S.

Pero al cabo este Gobierno procurará, en lo que de él depende, cortar, no la bella cabeza de sirena de la inmoralidad, porque a nosotros en vez de parecernos [2424] bella cabeza de sirena la inmoralidad, nos parece horrible cabeza de monstruo, y a esa cabeza procuraremos aplastar apenas se presente, en cuanto alcancen las fuerzas del Gobierno y en cuanto de este Gobierno dependa.

Su señoría ha enviado un abrazo fraternal al partido conservador, y hace bien S. S., y no hubiera correspondido de otra manera al abrazo fraternal que el partido conservador mandó ayer a S. S. Pero no es el primer abrazo fraternal que S. S. ha dado al partido conservador; que otros ha dado S .S. al partido conservador, y el partido conservador a S. S. Puede que no haya sido ese abrazo fraternal la causa que menos ha contribuido a que no se haya verificado la fusión completa de todos los elementos liberales de la Monarquía española; porque no es buena manera de buscar la unión de esos elementos de la izquierda con éstos que no están tan a la izquierda, aunque se creen, bajo el punto de vista político, tan a la izquierda como S. S.: no es buena manera de buscar unión, fraternidad e intimidad de esos elementos con éstos, darse abrazos fraternales y buscar unión e intimidad con elementos que están para esos y éstos en la oposición.

Y, Sr. Montero Ríos, así empezó la iniciación de lo que se llama izquierda dinástica. Por las declaraciones que todos hemos oído a su tiempo, resulta que la izquierda dinástica llegó a formarse por indicación de personajes importantes del partido conservador. (Rumores. El Sr. Romero Robledo pronuncia palabras que no se oyen.) No hablo con S. S., que también a S. S. le tocará, como individuo del partido conservador, lo que tengo que decir esta tarde; ahora estoy contendiendo con el Sr. Montero Ríos; después contenderé con S. S. (El Sr. Martos: Hablando.) Perfectamente; hablando, discutiendo, poniendo las cosas en claro; y ya ve S. S. cómo yo quiero proceder esta tarde con cariño hacia la izquierda, pues he dicho que la izquierda se inició por consejo de algunos ilustres conservadores, cuando no fue así, que todavía pasó más, fue por el concurso y contando con el apoyo de personajes importantes del partido conservador. (Rumores.)

Pero esto no lo sabía el Sr. Montero Ríos, porque como no asistía a las sesiones aunque era representante del país, no pudo oír a su hoy ilustre jefe el señor Duque de la Torre, que lo dijo de una manera explícita, terminante y categórica en la alta Cámara. Además, cuando el Gobierno de S. M. no había hecho ni dicho nada contra esa nueva agrupación, hasta el punto de que a mí se me combatía por los mismos de la izquierda porque no había hecho nada para combatirla, porque la había presenciado con los brazos cruzados, y cuando yo no había puesto obstáculo alguno para la formación de la izquierda, la primera manifestación de la izquierda consistió en coaligarse con los conservadores para darnos batallas en el Congreso y en el Senado. (Denegaciones en los bancos de la izquierda y en los de los conservadores.) Yo me alegro que ahora se niegue, pues por lo visto estáis arrepentidos de haberlo hecho, lo cual prueba para unos y otros que hicisteis mal. (El Sr. Romero Robledo: A eso no se ha llamado nunca coalición.)

Pero, Sr. Romero Robledo, ¿cómo quiere S. S. que dos personas se alíen, si una de ellas se alía con su contrario para lo que quiera que sea, para hacer la guerra? ¿Es esa la manera de buscar la unión de dos? Pero, en fin, a mí me es igual; no le llame S. S. coalición, llámele como quiera; siempre resultará que los de la izquierda que querían unirse con nosotros se unieron con vosotros para hacernos la oposición, y esa no es buena manera de buscar uniones ni conciliaciones.

De manera que vamos aclarando las cosas y vamos viendo que los procedimientos que el Sr. Montero Ríos buscaba (porque yo creo que algunos de sus amigos no los aceptarán con gusto, y otros los rechazarán), que los procedimientos que el Sr. Montero Ríos buscaba para unirse con nosotros o para que nosotros nos uniéramos con él, no eran los más a propósito; que no se busca el cariño de nadie halagando a su adversario para mandarle pruebas de enemistad y hasta de oposición sistemática; porque hubo casos en que los de la izquierda se unían a los conservadores para cosas que no eran de las doctrinas, de las aspiraciones, de los ideales de la izquierda; que si para eso hubiera sido, yo comprendo todo género de sacrificios y toda clase de uniones para conservar íntegros los ideales. Pero ¿para qué era? Para actos de poca importancia, que no afectaban en nada al porvenir de la política de nuestro país, que no influían en nada en la suerte y el porvenir de las ideas liberales.

¿Por qué, pues, nos dabais a nosotros esa muestra de desagrado, uniéndonos con nuestros adversarios de siempre, con nuestros adversarios de ayer, con los de hoy, con los de mañana, con aquellos que hemos de disputar siempre el poder, ellos porque creen que con sus ideas hacen la felicidad de la Patria, nosotros porque creemos que la hacemos mejor con las nuestras? Pues bien, Sres. Diputados; nosotros vinimos al poder con nuestros compromisos, con nuestras doctrinas, con nuestros ideales; y vinimos al poder para cumplir esto, único que nos habéis exigido; para cumplir en el poder los compromisos contraídos en la oposición, y en la oposición no hemos contraído más compromiso que el de realizar, dentro de la Constitución vigente, todas, absolutamente todas las libertades que proclamó la revolución; y hasta ahora vamos cumpliendo todos nuestros compromisos, absolutamente todos.

Podremos ir más despacio, podremos caminar más de prisa; eso puede ser objeto de discusión; ¡pero objeto de separación! ¡pero objeto de disidencia! ¡pero objeto de oposición sistemática! No. Hemos cumplido nuestros compromisos; y con eso contesto a una de las observaciones que el Sr. Montero Ríos hizo en su rectificación de anteayer; porque ha de saber S. S., que también parece ignorarlo, que nosotros, obrando correctamente como obran los partidos serios y gubernamentales, defendimos la Constitución de 1869 mientras era Constitución del Estado y no había otra; la defendimos contra el proyecto de 1876 mientras la Constitución se elaboraba; pero desde el momento que la Constitución de 1876 quedó concluida y fue sancionada por S. M. el Rey, porque es necesario aceptar las situaciones en toda su integridad o no aceptarlas, aceptamos la Constitución de 1876 como legalidad común. (Aprobación.) ¿Pero es que eso sólo se hizo por una fracción del partido liberal? No; eso se hizo por todo el partido liberal de la Monarquía, sin exceptuar a un sólo individuo. Al frente de esa agrupación liberal, de ese gran partido, aparecía el ilustre Duque de la Torre, y él con nosotros aceptó esos compromisos; y los individuos del partido liberal que hoy están al lado de S. S. con sentimiento mío, porque quisiera yo que estuvieran a nuestro lado (como también quisiera que estuviese a nuestro lado S. S., pero muy especialmente los que [2425] fueron nuestros amigos), esos también aceptaron los mismos compromisos, la misma bandera política, el mismo dogma, la misma doctrina.

Pero no sólo había eso, sino que aceptado ese pensamiento por un gran partido político sin la excepción de nadie, todavía impulsados por el patriotismo vinieron algunos que no habían sido correligionarios nuestros y que atravesaron esas fronteras que S. S. por lo visto, sin saber lo que se dice, está tan dispuesto a repasar.(El Sr. Moret: No lo ha dicho. -Grandes denegaciones en la izquierda dinástica diciendo que no ha dicho tal cosa el Sr. Montero Ríos, y denegaciones por parte de algunos señores de la mayoría afirmando que sí lo ha dicho.) ¿No lo ha dicho? Pues tanto mejor; ¡si yo quiero por su bien la rectificación! (Siguen las interrupciones.)¡Si no me dejáis; si estoy hablando como verdadero amigo! Dejadme, señores. ¿Que no lo ha dicho? Pues tanto mejor; yo me felicito de que no lo haya dicho; pero la prueba de que yo he podido equivocarme está en que otros, como veis, lo habían entendido también equivocadamente como yo.

No; S. S. no está dispuesto a repasar esas fronteras, cualquiera que sea mi conducta y cualesquiera que sean mis procedimientos: lo declaro con mucha satisfacción mía. (Aprobación.) ¡Pues no faltaba más, que dependiera la fe que S. S. tiene en las instituciones vigentes, de lo que yo hiciera! ¿Qué tengo yo que ver con eso, ni qué influencia puedo tener para inclinar de esa manera el ánimo de S. S., ni para que mi conducta determine en si S. S. ha de quedar de este o de ese lado? (Nueva aprobación.) Pues bien, Sres. Diputados; aceptado ese programa y la legalidad vigente (hablo de sus fundamentos esenciales) por todo el gran partido liberal, sin excepción de uno sólo de sus individuos, sin más que el desarrollo que dábamos a las libertades dentro de las leyes fundamentales, empezaron a venir, empezaron a traspasar esas fronteras algunos ilustres personajes de la democracia monárquica, y a nuestro lado estaban.

¡Ah! ¿Y S. S. cree que no es compatible la legalidad vigente con los ideales democráticos? Pues pregúnteselo a los amigos de S. S. demócratas monárquicos antes, que la aceptaron como compatible y que dentro de esa legalidad estuvieron algún tiempo. A nuestro lado se hallaban con esta legalidad vigente, que el señor Montero Ríos no cree compatible con la integridad de los principios democráticos; a nuestro lado estuvieron, declarándolo explícitamente en este Cuerpo Colegislador y en el otro dos personajes importantes de la democracia monárquica. (El Sr. Moret pide la palabra.)

Pues bien; vea el Sr. Montero Ríos qué fácil hubiera sido la agrupación de todos los elementos liberales del país: sin más que haber hecho S. S. lo mismo que otros que tiene a su lado, estaba hecha la fusión y la agrupación del gran partido liberal de la Monarquía española. ¿Y qué obstáculos puse yo a eso? Ninguno; al contrario, acepté todos los elementos que pudieran venir, no sólo de la democracia monárquica, sino de más allá de la frontera monárquica. Algo de esto se iba consiguiendo; algunos habían venido a nuestro lado, otros estaban muy cerca, cuando a S. S. se le ocurrió la triste idea de resucitar la Constitución del 69, que yo más que nadie he defendido, pero que hoy creo perturbadora.

Francamente, ¿se puede venir a agruparse alrededor de una institución que tiene una legalidad determinada, imponiendo otra legalidad que puede parecer humillante para esa institución? ¿Qué necesidad hay de perturbar el país con cambio de Constituciones? ¿Qué necesidad hay de poner en duda la prerrogativas de aquella institución bajo la cual y a cuya sombra vivimos todos con amplitud igual por lo menos a la que tienen otros partidos bajo otras Monarquías que pasan por muy liberales en otros países?

Se señoría fue el causante de que la reconcentración de todos los elementos liberales no se realizara. ¿Tengo yo la culpa de que S. S. resucitara la Constitución de 1869? ¿Tengo yo la culpa de que los que habían venido a la Constitución de 1876 se marcharan? ¿Hice yo algo para expulsarles? No; se marcharon porque quisieron, como S. S. levantó esa bandera porque lo tuvo por conveniente.

Su señoría pudo haber venido a nosotros sin que su dignidad se lastimara en lo más mínimo; yo no podía ir a S. S. sin que quedaran quebrantados mis compromisos y mi lealtad. Si había esa diferencia entre S. S. y yo, ¿por qué me dice S. S. que yo he tenido la culpa de que la concentración de los partidos liberales no se haya verificado? No; yo no he tenido malquerencia a la izquierda. Malquerencia personal no podía tenerla. ¿Cómo había de tenerla hacia el ilustre Duque de la Torre, a cuyo lado he combatido constantemente? Si he estado siempre a su lado y le he reconocido como jefe, ¿qué malquerencia puedo yo tener hacia el general Serrano? Pero yo, que no critico lo que ha hecho, no podía hacer lo que él.

Malquerencia a los principios, ¿dónde está? ¿No vamos realizando vuestros propios principios, no vamos desenvolviendo todas las ideas políticas que están consignadas en la Constitución de 1869? Yo estoy dispuesto a hacer toda concesión política que realice la aspiración de todos los grupos del partido liberal monárquico; que consiga que esa aspiración se convierta en realidad; que impida que se levante más que una bandera dentro de las aspiraciones monárquicas; que logre que no haya más que una bandera: la libertad y la Monarquía; pero no os unáis a nuestros adversarios. Ellos tienen su bandera; levantemos la nuestra y opongamos bandera contra bandera.

El Sr. Montero Ríos debe tener en cuenta una cosa: que yo, aunque inmerecidamente, estoy al frente de un partido; al frente de él he venido al poder; este partido tiene su bandera definida; la bandera que tenían muchos de los que hoy están con S. S. Yo por nada ni por nadie abandonaré a mi partido; dentro de este partido, dentro de esta mayoría, sin desmembración ninguna de la derecha, vengan todos los elementos que quieran: cuantos más seamos, mejor, porque mejor podremos sostener y afianzar la libertad.

No, yo no quiero restar de ninguna suerte; yo quiero sumar de todos lados con la actual organización, y vengan a esta situación todos cuantos quieran, dentro de las leyes, a abrirse camino, todos cuantos quieran llegar a realizar sus aspiraciones y sus ideales dentro de la Monarquía española. Y vea el Sr. Montero Ríos qué resuelto estoy a eso. ¿Es que la gran dificultad que tiene S. S. para la realización de ese gran partido político, la encuentra en no querer que se realice a mí alrededor? Pues yo, como la realice S. S. en buenas condiciones para las instituciones vigentes, la quiero aunque se realice alrededor de S. S. Y si esa concentración se realiza, aunque sea alrededor de S. S., yo seré uno de tantos soldados que se colocará con vosotros al lado de nuestro jefe de partido. [2426]

Yo no he opuesto jamás obstáculos para que eso se verifique; yo no he opuesto más obstáculos que el natural, dada mi situación y mis compromisos; yo no he puesto nunca obstáculo a que se verifique la agrupación de todos los elementos liberales alrededor de las instituciones vigentes, sin menoscabo ninguno de la Monarquía, sin detrimento de ninguna clase para las altas instituciones de la Patria.

Si no estuviera de pie, no contestaría al discurso del Sr. Romero Robledo; pero una vez que he tenido que levantarme para recoger algunas observaciones hechas por el Sr. Montero Ríos, no puedo menos de hacerme cargo de algunas de las indicaciones hechas por el Sr. Romero Robledo; y aunque las creo contestadas en la parte política por el Sr. Ministro de la Gobernación, y en lo que hacia otros asuntos se refiere, por el Sr. Ministro de Gracia y Justicia, algo he de decir al Sr. Romero Robledo.

Su señoría parte de un principio equivocado y juzga a la opinión pública como tiene por conveniente. Su señoría cree que la opinión pública es aquella que satisface sus deseos, y yo entiendo que es otra cosa. Basado S. S. en la idea equivocada que tiene, ha hecho argumentos que yo no hubiera querido oír de boca de S. S. Si la opinión pública es el grito del despecho, la agitación de la impaciencia, la fiebre de imaginarios desdenes que condensándose y reuniéndose bajo las bóvedas del salón de conferencias puede ir a estallar con su choque en la redacción de algunos periódicos mal avenidos con el Ministerio, yo no digo que esta opinión pública nos sea favorable. Es más: en el propósito que el Gobierno tiene, y que hoy quiere realizar con más decisión que nunca, francamente, no queremos que esa opinión pública nos sea favorable.

Pero si es la manifestación tranquila y desinteresada, y es el juicio imparcial y severo del país trabajador, que anhela la libertad, sí, pero que anhela también con la misma ansia el sosiego y la paz, y que no pudiendo vivir en la reducida atmósfera del político de oficio que busca un medro en las aventuras y en las perturbaciones, tiende su vista a horizontes más dilatados y quiere respirar una atmósfera más pura, más sana y más extensa, la atmósfera de la industria, del comercio y de las ciencias; entonces esa opinión, no sólo no nos es adversa, sino que tenemos la seguridad de que nos es altamente favorable.

El país, Sres. Diputados, el país que no echa de menos la libertad, que puede trabajar dentro de las leyes, que sólo piensa en buscar medios para desarrollar sus intereses materiales, ese país está contento con el Gobierno y no hace caso de esas algaradas y de esas combinaciones que se forman aquí para perturbar la marcha regular del Gobierno.

¡La opinión pública! ¡Ah, señores! ¡Cuánto se abusa de esa hermosa frase! ¡La opinión pública!

¿Qué es la opinión pública? ¿Quién la representa? ¿No la representáis, vosotros, Sres. Diputados? Si no la representáis, ¿quién la representa? ¿Es que el Congreso y el Senado no la representan? Pues si hasta ahora nos habéis dispensado vuestra confianza y honrado con vuestros votos, ¿por qué se dice que la opinión pública está divorciada de nosotros? ¿Es que molestan ya a los conservadores el Senado y el Congreso y piden inmediatamente su disolución, porque a eso equivale el decir que están divorciados de la opinión pública? (El Sr. Romero Robledo: Completamente divorciados.) Pues ya lo sabéis: los conservadores quieren nuestra disolución.

Me hace gracia el Sr. Romero Robledo. Con la misma facilidad con que cuando es Ministro de la Gobernación reparte credenciales de agentes de orden público, reparte títulos de jefes de situación y hasta de Gobierno, con la misma facilidad dispone ahora de la disolución de las Cortes y pide esa disolución. ¿En qué opinión se apoya S. S. para oponerse a la opinión representada por las Cortes, y para decir que estas Cortes no la representan? (El Sr. Romero Robledo: En la del país entero.)

Señores, estas cosas tan graves y tan importantes hay que tratarlas más en serio (El Sr. Romero Robledo: Pido la palabra.), porque al fin y al cabo no se puede decir que el país pide la disolución de estas Cortes porque su opinión no esté conforme con la de las Cortes, cuando acabamos de hacer un ensayo con las elecciones municipales, y antes con las provinciales. (Risas en los bancos de la minoría conservadora.) Esa, esa es la opinión de que antes he hablado, la cual no quiero que me sea favorable, porque enfrente de esa opinión está la opinión del país, manifestada en las elecciones municipales, y en las provinciales, y en generales que dieron por resultado estas Cortes. (El señor Cánovas del Castillo: ¿Y las nuestras?)

Pero en fin, yo no sé quién ha podido decir al señor Romero Robledo que la opinión del país no está conforme con la del Congreso y del Senado actuales. De todas maneras, siento que S. S., Ministro que ha sido de la Corona, y presumo yo que volverá a serlo, diga estas cosas, que al fin y al cabo quitan fuerza y prestigio a los Cuerpos Colegisladores, de los cuales emanan las leyes del país, que todos estamos obligados a obedecer y a acatar.

Pues bien; si hasta ahora ha tenido el Gobierno la confianza de las Cortes, y por consiguiente la confianza del país, ¿qué motivo ha habido para que hayamos perdido de repente una y otra confianza? En la opinión de S. S., ha habido dos: uno, el célebre proceso Monasterio, y otro, el conflicto entre el gobernador y el alcalde de Madrid. Yo no quiero volver a hablar del célebre proceso Monasterio sino para decir a S. S. que está equivocado en todo lo que dijo respecto a que yo, hablando de este proceso, lo único que hacía era encogerme de hombros.

No; yo he dicho lo que podía menos de decir, y es, que no incumbe al Gobierno lo que ha pasado en el proceso Monasterio; que si hay responsabilidades en este desgraciado suceso, que las sufran los que las han contraído y no el Gobierno; y además he dicho que si se han cometido delitos en la sustanciación de esa causa, los tribunales, que es a quienes compete, la examinarán e impondrán el condigno castigo a sus autores; que el Gobierno no está dispuesto a apadrinar a nadie que falte a sus deberes.

¿Qué es lo que quiere S. S.? Ya lo dijo bien claro: que por una sentencia dictada en primera instancia, bien o mal, justa o injustamente, con arreglo a derecho o contra derecho, el Gobierno separe al juez que la dictó, estableciendo un precedente fatal; porque hoy supongamos que lo hace con razón; pero es un precedente para que mañana, por todas las causas que no se sentencien con arreglo a lo que parece en los primeros momentos a la opinión pública o la opinión del Gobierno, los jueces sean castigados. (Muy bien.) De este modo se acaba la independencia de la justicia, Valdría más que en vez de jueces y de Audiencias y de Tribunal Supremo ahorrásemos eso al Estado y decla- [2427] ráramos jueces a los gobernadores, y Audiencias de alzada al Ministro de la Gobernación, y Tribunal Supremo al Consejo de Ministros.

No, señores; hay que tener calma, que esta es una de las prendas de los hombres de Estado. Si el juez falta a su deber, esperemos tranquilamente a que el tribunal le juzgue, y si ha faltado, tanto peor para él; su sentencia será echada por tierra y él sufrirá el condigno castigo. (Varios Sres. Diputados: Eso es; muy bien.) Esto es lo puro, esto es lo correcto y eso es lo liberal. (El Sr. Romero Robledo: Esa es la mitad de la lección de los deberes del hombre de gobierno.)

Créame S. S., el procedimiento contrario es procedimiento conservador; no procedimiento conservador, que no quiero hacer esta ofensa al partido, es procedimiento de Romero Robledo.

Señores Diputados, el Gobierno no puede hacer más. Si en este procedimiento ha habido abusos, si se han llevado mal las cosas, si alguno ha podido influir, si algún juez o algún fiscal se ha dejado influir, tanto peor para él; pero en último resultado, lo que eso prueba es, que el procedimiento que hasta ahora se ha seguido no es bueno (Varios Sres. Diputados: Eso es, eso es.), porque puede dar lugar a esos abusos, y por eso lo hemos nosotros variado, y por eso hemos propuesto que el procedimiento de los tribunales colegiados se sustituya con el procedimiento oral y público. (El Sr. Romero Robledo: El procedimiento ha sido elegido por el Ministro de Gracia y Justicia.) No fue el Ministro de Gracia y Justicia, fue el abogado, y el abogado cumplió con su deber, puesto que podía optar por aquello que fuera más beneficioso al acusado.

Y vamos a la cuestión de al alcaldía de Madrid. No conozco una cosa semejante; que por haber sido aceptada la dimisión de un funcionario público, sea el que quiera, siquiera sea el alcalde de Madrid, y ese alcalde sea tan amigo mío como lo es el Sr. Abascal, se tenga en el Congreso y en los Cuerpos Colegisladores dos o tres días de discusión. ¿Qué ha pasado? Que el alcalde de Madrid, porque lo ha tenido por conveniente, ha presentado su dimisión, y que el Gobierno se la ha admitido por lo mismo, porque lo ha tenido por conveniente; ni más ni menos. ¿Es que era amigo del Gobierno y amigo de la mayoría? Pues esa será cuestión para discutirla entre los amigos; ¿pero S. S.? ¡Pues si es una función de absoluta y de completa libertad para el Gobierno!

Su señoría tiene el derecho de criticar al alcalde de Madrid, o mejor dicho al Gobierno, que en último caso responde de lo que el alcalde de Madrid haga, si lo aprueba; ¿pero criticar al Gobierno porque le admita la dimisión a un amigo o deje de admitírsela, porque le sostenga o porque nombre otro alcalde? Pues el alcalde de Madrid ha hecho dimisión porque lo ha tenido por conveniente, y el Gobierno porque lo ha tenido por conveniente se la ha admitido. (El Sr. Romero Robledo: Liberales, aplaudid.)

Eso es lo liberal, Sr. Romero Robledo, eso es lo liberal; que el Poder ejecutivo en su esfera de acción no tenga obstáculo alguno, como el Poder ejecutivo no puede tener obstáculo alguno en la esfera que el es peculiar al Poder legislativo.

Pero el Sr. Romero Robledo, en esta manía que le ha entrado de buscar a todo trance impurezas, que parece que huye del agua limpia, transparente y cristalina; el Sr. Romero Robledo decía: ¿por qué le habéis quitado? Pues algo debe haber; cuestión de moralidad. ¡Ah, Sr. Romero Robledo! (El Sr. Romero Robledo: Yo no he dicho eso.) ¿Pues quién lo ha dicho? (El Sr. Romero Robledo: El Ayuntamiento.) ¿El Ayuntamiento? (El Sr. Romero Robledo: Y el Gobierno.) ¿Y el Gobierno? ¡Ah! No es cierto: yo protesto contra eso. ¿Qué es eso? ¿Así se trata de arrojar la sombra de la calumnia sobre la frente de un hombre honrado? Yo protesto contra todo lo que sea esa sospecha. (El Sr. Romero Robledo: La protesta era no haberle destituido. -Rumores.)

No; no ha habido más sino que siempre, toda la vida, el alcalde de Madrid, cuando es una persona de significación política, ha marchado casi siempre mal con el gobernador, porque el Ayuntamiento de Madrid es un Ayuntamiento celoso, y su presidente no quiere estar sometido de buen grado al gobernador, y hay constantemente rozamientos y dificultades, y cuando desempeñan estos cargos dos hombres políticos, apenas dejan vivir al Gabinete con sus diferencias y con sus riñas. Y esto lo sabe todo el que se ha detenido un poco a examinar lo que pasa en la Corte con esas dos autoridades, hasta el punto de que para que haya paz entre ellos ha sido necesario que uno sea un hombre político de pequeña importancia, casi reducida a la nulidad, que lo sea el alcalde, que lo sea el gobernador, o que lo sean los dos, como en alguna ocasión, y sólo así hay paz entre esas dos autoridades.

Pues bien, para evitar esa dificultad, el Gobierno ha aceptado la dimisión que le presentó el alcalde, lleno de patriotismo, que no quería continuar más con esas dificultades, y le reemplazó, precisamente por esta razón, con una persona que no fuera política, que no tuviera carácter político, que impidiera por su significación nula en política esos conflictos y esos antagonismos entre el alcalde de Madrid y el gobernador. No le ha nombrado, Sr. Romero Robledo, no le ha nombrado porque fuera rico; porque S. S. deslizó esa frase que yo sentí muchísimo oír en sus labios, como confirmando que el alcalde de Madrid pudo salir por algo que empeñara su reputación, porque S. S. dijo: la prueba es el sucesos que se la ha dado; un hombre rico, como para impedir la sospecha de inmoralidad.

¡Ah! No; no había que impedir sospecha ninguna de inmoralidad, ni tampoco importan las riquezas para eso. En primer lugar, que el Sr. Abascal no es pobre; el Sr. Abascal ha hecho una fortuna respetable con su trabajo, con su celo, con el sudor de su frente; y en segundo lugar, aunque así no fuera, ¿qué tiene que ver la riqueza para la garantía de moralidad? Acuérdese S. S. de que conmovido yo con las palabras de S. S., no pude menos de interrumpirle con esta pregunta: ¿es que S. S. no se ha creído con bastantes garantías de moralidad hasta que se ha creído rico?

No, señores conservadores; nos combatisteis durante un periodo de tiempo porque caminábamos demasiado deprisa, porque con nuestras exageraciones liberales comprometíamos el orden, las instituciones y la Patria; y como a pesar de vuestras alharacas la Patria, las instituciones y el orden se aseguraban cada día más, cambiasteis de táctica, y aprovechando una dolorosa disidencia que en nuestro seno surgió, tomasteis el camino contrario y nos atacabais porque caminábamos despacio, porque no hacíamos nada, porque éramos casi conservadores, porque os quitábamos vuestro papel. Pero como esto era luchar contra la realidad, y luchar contra la realidad es dar coces contra el aguijón, toda esa táctica salió baldía; y entonces, no teniendo por qué atacarnos, pues no podíais hacerlo por- [2428] que caminásemos demasiado deprisa ni porque caminásemos demasiado despacio, habéis iniciado otra táctica de ciertas insinuaciones que yo no quisiera aquí reproducir, porque no me han parecido bien ni son buen pago a mi conducta de anteayer.

Yo que reconozco que hay muchos defectos en nuestra administración y muchos vicios en esta sociedad, defectos que hay en las administraciones de otros países más o menos, y vicios que en otras sociedades existen menos o más, en algunas más; yo que reconozco esos errores y esos vicios, no quería atribuir a vuestros Gobierno las faltas que se cometieran en la administración ni los vicios que a la superficie de la sociedad salieron durante vuestro mando; y cuando percibí en labios del Sr. Montero Ríos algo que pudiera parecerse a echar una sombra de responsabilidad por aquellos errores o por estos vicios sobre el partido conservador, me levanté presuroso a hacer de vosotros una defensa igual a la que hice de nosotros mismos.

Pero el Sr. Romero Robledo ha tenido por conveniente seguir la conducta contraria; yo lo siento por su señoría; yo quería suavizar, como quiero e insisto en procurarlo, las relaciones que deben existir entre los partidos políticos que han de gobernar este país; que al fin y al cabo, cualesquiera que sean las diferencias políticas que nos separan, siempre hay ideales, siempre hay intereses, siempre hay propósitos comunes que unos y otros tenemos el mismo interés en defender y en conservar, y que unos y otros no podemos defender y conservar sino defendiendo y manteniendo muy alto nuestro propio y nuestro recíproco prestigio.

Por eso no entro en ciertas apreciaciones: en último resultado, si los vicios que hay en la sociedad y los errores que hay en la administración, ahora como en todo tiempo, se nos han de achacar a nosotros por los señores conservadores, nosotros no tendremos más remedio que achacarles a ellos los errores de la administración y los vicios de la sociedad en su tiempo; pero creedme, señores conservadores, ese mal sistema no lo sigáis, porque al menos nosotros no hemos de permitir que nadie nos dé lecciones de moralidad.

Por lo demás, el Sr. Romero Robledo supone que hay alguien que a mí me impuso ayer el sacrificio de un amigo, y que mañana me impondrá el de otro. Esté tranquilo S. S.; nadie me ha impuesto el sacrificio de ningún amigo, ni nadie me impone sacrificio alguno. Su señoría sabe, porque ha sido Ministro a mi lado, que yo soy buen compañero; pero en cuanto a dejarme imponer de nadie, jamás: mientras estemos como estamos, aquí hay un Gobierno en el que todos somos íntimos amigos; pero el Presidente del Gobierno soy yo (Aplausos), y yo no hago más que lo que creo que debo hacer; no hay ninguno de mis compañeros que me haga imposiciones de ningún género, y mucho menos imposiciones que saben me habían de desagradar y a las que no había de sujetarme.

Por lo demás, si el Gobierno hubiera de caer siempre que lo pidan las oposiciones, y sobre todo, siempre que lo desee el Sr. Romero Robledo, contarían en este país los Ministerios por meses, porque así acostumbran a hacer la oposición los partidos de este país; pero la opinión pública, que no es un partido, que no es una agrupación, no quiere eso; la opinión desdeña los intereses particulares de las agrupaciones políticas, y desea ante todo y sobre todo la tranquilidad y paz, y apoyará a toda situación, cualesquiera que sean las actitudes de las agrupaciones políticas contrarias, con tal de que esa situación ofrezca garantías de realizar esas dos aspiraciones.

Ahora bien; el partido constitucional pretende que ha de realizarlas: en cuanto a la libertad, el Gobierno desearía que fuéramos más aprisa en punto a disposiciones legislativas; pero en cuanto a la libertad práctica, no hay que hablar, porque ahí están los hechos, y el Gobierno a los hechos se atiene. En cuanto a la paz, desde el 8 de febrero de 1881 no ha habido desorden ninguno importante en el país, y no tendría nada de particular que lo hubiera habido, porque en verdad, aunque el país está cansado de motines y de asonadas, los adversarios del Gobierno han hecho todo lo posible por perturbarle, unas veces excitando la resistencia de los contribuyentes, otras conmoviendo a los industriales con pronósticos de ruina y casi llamando a las armas a la industria de Madrid; otras veces excitando a la gente catalana con pronósticos de pobreza y de miseria por consecuencia del tratado de comercio; más de una vez alentando a los perturbadores y a todos aquellos que por cualquiera medio querían oponerse al cumplimiento de la ley y a los preceptos de la justicia; a todos aquellos, en una palabra, que por cualquier medio querían producir perturbación en el país.

Pues a pesar de eso, señores, el Gobierno, con calma, sin procedimientos de rigor, siempre asido a la ley común, sin mermar en lo más mínimo los derechos del ciudadano en su libertad y acción, ha resuelto todos los conflictos y ha conquistado esa tranquilidad moral, base indispensable de la prosperidad y del bien material.

Pero, en fin, el Sr. Romero Robledo, ya que no puede sin duda matar a la situación, se contenta con matar al Gobierno, con que desaparezca el Ministerio, y sobre todo, con que desaparezca yo, porque S. S. dice que me cree muerto. Y en verdad que si S. S. me cree muerto, hace bien, porque un hombre muerto en este puesto no sirve más que de estorbo y hace daño.

Pero en fin, esto ya me concilia con S. S., porque de todos modos, con tal de que no perezca la situación, importa poco que el piloto que dirige la nave se pierda; vendrá un amigo a reemplazarle, y yo me confundiré con los marineros para ayudar al que venga a sustituirme. Pero me parece que el Sr. Romero Robledo está equivocado, porque creo que han de decir mis amigos: el capitán que supo conducirnos sin dificultades ni peligros, atravesando escollos, por procelosos mares y borrascosos tiempos, sabrá mejor llevarnos a puerto de salvación por aguas tranquilas y en tiempos bonancibles; y en ese caso espero yo que a pesar del deseo del Sr. Romero Robledo, todos se pondrán a mi lado sin vacilación ni duda, porque la vacilación llevaría el desaliento al ánimo de los demás, y todos unidos y resueltos, no lo dude el Sr. Romero Robledo, terminaremos felizmente nuestro viaje, con la satisfacción de dejar afianzada la libertad, queridas las instituciones y honrada y enaltecida la Patria. (Grandes aplausos. Muchos Sres. Diputados abandonan el salón.) [2429]



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